Estoy en un cementerio de coches y mi nombre es Juan SEAT Ibiza. Estoy junto a mi amigo Pepe Toyota Corolla rezando junto a muchos otros coches para que no nos llegue el turno de que nos conviertan en un bloque de chatarra y nos fundan. Si llegase acaso ese día tengo la esperanza de que lo hagan junto a mi amigo para así contribuir a un nuevo coche que sería, gracias a nuestra experiencia y características, una auténtica maravilla. Ahí es nada unir mi comodidad, mi belleza y mi talento -modesto que es uno- con la fuerza y potencia de mi amigo.
Pepe está aquí tras sufrir un grave accidente. Os podéis imaginar la cantidad de aventuras que ha corrido en el momento que os diga que ha sido pilotado por el mismísimo Carlos Sainz. Ambos fueron, durante los últimos años, como uña y carne. Ha tenido una vida muy ajetreada, de mucho esfuerzo pero es presumido y le gustaba bastante salir en la tele y en los periódicos. Además Carlos le daba muy bien de comer y tenía un montón de médicos-mecánicos a su servicio (no como yo). En el último rally, como iban a gran velocidad por aquello de ser los primeros, se salieron de una curva y dieron cuatro volteretas. Afortunadamente a Carlos no le pasó nada, pero Pepe quedó casi irreconocible. Últimamente ya ni puede hablar.
Mi amigo es de color rojo y ya desde el principio tuvo una vida de coche selecto. Sus primeros amos le tenían guardado en un moderno y precioso garaje donde hasta poseía dos amplias alfombras para que no se ensuciase las ruedas y una máquina de esas como las que hay al lado del Carrefour que sirve para lavar los coches y que a los niños les encanta por ver cómo frotan sus grandes esponjas por los cristales. Claro, todo eso se lo podía permitir porque sus dueños –Luis y Ana- eran ricos. Hasta el garaje estaba herméticamente cerrado para que no entrara la humedad. No querían que nadie le tocara para no mancharlo.
Empezaron a entrenarlo para correr mucho pues tenía un corazón-motor a prueba de caballos. Se cansaba y era duro pero poco después empezó a ganar carreras. Competía mucho con los demás coches y a cambio obtenía buenas raciones de gasolina súper. Los otros se esforzaban pero él era quien corría más rápido, a pesar de que su dueño Luis era un piloto mediocre. Aquella vida le parecía un sueño. Allí estaba él, Pepe Toyota, tomando la salida, mirando de lado a lado a la competencia y... ganando un rally detrás de otro. Su dueño estaba muy alegre y feliz. No hacía más que acariciarlo, ante la mirada atenta y envidiosa de los demás coches.
Al cabo de un año sus dueños tuvieron un bebé y no os podéis imaginar la de veces que le vomitó en sus delicados asientos de terciopelo. Aquello fue el fin de una buena amistad pues aquel cuerpecito era ahora el único punto de atención de Luis y Ana. Así que vendieron a Pepe Toyota a un empresario muy importante, el cual se lo regaló poco después a Carlos Sainz. Os podéis imaginar el nuevo cambio de vida que tomó mi amigo, eso sí, previo paso por el quirófano, donde le transplantaron muchos órganos nuevos dejándolo más fuerte que el primo de Zumosol.
Y aquí es cuando aparezco yo. Un día estaba tan ricamente en un escaparate muy reluciente y limpio, donde toda la gente me miraba admirada, cuando vino una pareja con un niño pequeñajo y dijeron a un empleado que yo era su coche ideal porque, no muy grande, era el más guapo y moderno de todos los vehículos. Tenía elevalunas eléctricos, cierre centralizado y unas llantas de color gris en forma de estrella. Si hubiera sido un ser humano se me hubieran saltado las lágrimas de la emoción. Sin embargo pronto comprendí que mi destino no iba a ser fácil por muy bien preparado que yo estuviera para la vida moderna.
Mi dueño sabría conducir más o menos bien el Toyota Corolla en los rallys pero a mí me hacía sufrir un montón cuando me llevaba por la ciudad. Mi primer accidente fue un despiste de Luis. Iba por una avenida cuando miró hacia atrás a Paquito (ese niño pequeño que pronto descubrí que vomitaba más de la cuenta cuando se subía a mi trasera) y, claro, se saltó un semáforo. Me dejé allí toda la nariz. Me llevaron a un taller y me cambiaron el capó, algunas piezas del motor y el guardabarros. Mientras me arreglaban me hacían cosquillas pero yo reía muy bajito para que no me escucharan los mecánicos. Dos semanas estuve allí rodeado de grasa por todas partes.
Otra vez fue en una gasolinera. Estaba cuesta abajo y como Luis se olvidó de echarme el freno de mano me caí por un barranco que había por allí: me tuvieron que sacar con una grúa. Estaba hecho picadillo y no sabía como podía estar vivo. Me cambiaron varias partes del cuerpo y quedé como nuevo.
A mí me hubiera gustado tener la vida de Pepe Toyota, pero comprendo que la mayoría tenemos que cumplir nuestro papel de coches utilitarios, o sea, ser útiles a nuestros dueños, llevándoles a su trabajo, acercándoles a la farmacia de guardia, transportándoles a la playa aunque luego se nos llenen todas las alfombras y asientos de arena. ¡Con lo limpios y aseados que nos gusta estar!
3 comentarios:
hola.me llamaba tomeu nissan micra,mi dueño me trataba muy bien,estaba enamorado de mi,hasta ke una humana decidio cambiarme por uno mas potente ke yo y para hacerlo me provoco un fatal accidente,mi dueño kiso resucitarme,pero no pudo,ahora estoy en el cielo,viendo a mi dueño muy triste...el me keria,nos divertiamos mucho...de esto hace 4 años,mi dueño ahora esta con jean renault clio y lo ke me gusta es ke lo hace feliz,pero se ke me hecha de menos y yo a el....
Ehhh mola!!me gusta es kuriosa la historia!¿lo del Corolla de Sainz es verdad que antes era un coche de callee????
Efectivamente...
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