UN DÍA INFERNAL (1 DE 3)


Esta historia la escribí para mis alumnos de 6º en el mes de junio de 2004. Consta de tres capítulos y cada uno de ellos se los leí un día, coincidiendo el tercero con los últimos minutos del curso escolar en que ya nos despedíamos. Los nombres que aparecen en la historia son los suyos; las  descripciones responden bastante fielmente a la realidad y la mayoría de las anécdotas que se cuentan ocurrieron en algún momento de los dos años en que les di clase. Aquí está, sin retocar ni una sola coma, aquella historia que hoy me trae emocionados recuerdos.



El día había amanecido claro y risueño. La luna, redonda y blanca como la leche,  hacía mutis por el foro mientras el sol comenzaba a desperezarse lentamente de su sueño nocturno. Olía a campo. Un campo limpio y fresco, lleno de aromas de espliego y lavanda. No se podía exigir más a ese escenario en el que nuestros amigos iban a disfrutar del día más extraño de sus vidas.

Allí, en medio de un amplio valle rodeado por feroces aunque pacíficas montañas, acababan también de despertarse 26 muchachos y muchachas que, desde hacía una semana, disfrutaban de unas merecidas vacaciones en compañía de su profesor por haber sido premiados en un concurso literario llamado “Historias para no aburrir”, patrocinado por la afamada casa de salchichas “La Carnaza”.

Desde hacía 7 días la tranquilidad, las risas y los juegos habían sido el máximo común divisor de aquel merecido premio.

—No me nombre usted las matemáticas que trae mal fario —dijo Jose Miguel, un muchachote robusto y serio aunque cuando le daban ganas de jarana no había quien le parara.

Empezaron, como todos los días, su aseo cotidiano tanto personal como de las diversas tiendas de campaña en que se hospedaban. Y como siempre había algún despistado...

—Cachis en diez..., no encontrar mi peine de púas doradas... —musitaba con cierto aire de cabreo Elías, un fornido zagal que siempre que podía jugaba al tenis con una raqueta de madera y cualquier piedra que se encontraba en el camino.

—A ver si ...¡pam!....la has guardao ...¡bum!...debajo de la colchoneta...¡guau! —le sugirió Humberto, siempre con sus onomatopeyas aprendidas de sus múltiples lecturas y visiones de tebeos y cómics.

Lo que no sabía Elías es que aquel dichoso peine que todos los días tardaba diez minutos en encontrar, aquella mañana iba a desaparecer definitivamente.

—¿Hoy a qué día estamos? —preguntó un chico alto y fornido que atendía al nombre de Juan Manuel.

—A un día menos que ayer pero un día más que mañana —le contestó Fran, otro chico muy fuerte y espabilao que siempre que podía andaba haciendo gracias campestres.

—Seguramente —terció Jose, con argumentos que denotaban su sabiduría matemática— si hallas la parte decimal de la división entera entre las patas de un rebaño de 8 ovejas y la mitad del 80 % de los aprobados en 6º A, quizás encuentres la respuesta, amigo Juanma.

—¡Atentos! —gritó en ese momento el único adulto del grupo.

Todos, chicos y chicas, salieron al centro del campamento a recibir las instrucciones de su profesor Juan Antº, quien ya les esperaba con un plan de trabajo que, previsor él, había preparado en el mes de septiembre de hacía dos años.

—Profe, ¿qué vamos a hacer hoy? ¿Qué hermosas y delicadas aventuras acaecerán a esta cuadrilla de zagales y zagalas que cual ávidos corderillos esperan instrucciones de vuesa merced para iniciar pronta actividad campestre?

No hay la menor duda de que el autor de aquella culta pregunta era un chico muy leído. Se llamaba Alfredo y cuentan las crónicas que un día en que estaba con muy baja moral por haber sacado un sobresaliente en clase de Matemáticas sólo se leyó dos libros y cincuenta páginas de una revista médica.  Así que el profesor no tuvo más remedio que contestar:

—Queridos camaradas: hoy nos toca... ¡no hacer nada!
  
Aquellos diablillos disfrazados de niños no supieron qué hacer ni qué decir. Desde que tenían a Juan Antº de profesor habían hecho 800.000 dibujos, 2 millones de problemas problemáticos, 500.000 historias y textos de todos los temas y calibres, 3 millones de ejercicios variados, una inmensidad de controles y ahora resulta que hoy ... tocaba no hacer nada. ¿Se habría vuelto majareta su sabihondo maestro?

—¿Me permite una pregunta, estimado profesor? —dijo levantando la voz un mozalbete llamado Juan Carlos—. Es que si me la contesta podré ganar una Play Station ya que es mi pregunta número 200.000 a lo largo de este año.

—Juanito, pregunta algo que entendamos todos que tú eres muy leído también y a veces muchas nos quedamos a dos velas —le replicó Carmen, una niña que atendía al apellido de López y que siempre estaba pendiente de todo.

—Mis ondas cerebrales —dijo el profesor—, de no estar yo equivocado, que también pudiera ser, me dicen que hoy va a haber una señora tormenta y que, por tanto, lo juicioso es que vayamos a guarecernos a la cueva del Oso, esa que está al lado del río según se mira a mano izquierda si uno va hacia él o a mano derecha si es el río quien viene a nuestro encuentro.

La risotada que se escuchó en el valle fue de campeonato. Hasta Daniel (que tenía fama de serio pero que en realidad era muy divertido)  empezó a lanzar unas carcajadas que hicieron temblar las tiendas de campaña.
  
—¡Ya está otra vez el profe con sus bromitas! —exclamó en voz alta Lorena, una chica morena y de ojos risueños cuya pasión por el fútbol no impedía que sus estudios marchasen viento en popa y a toda vela.

—No, no es ninguna broma, ni os estoy diciendo un enigma ni señalando un resultado equivocado. Dentro de varios minutos va a empezar una tormenta como jamás han visto los seres humanos. Lloverá no a cantaros sino a piscinas y puede ser que pasemos más miedo que en toda nuestra vida.

—Y, ¿cómo sabes eso, si ahora mismo el cielo está azul como los ojos de María? —preguntó Cristina, que era muy perspicaz hasta para los detalles más pequeños.

—He tenido un sueño, un sueño ya programado hace 6 meses, pero lo he tenido y no me ha gustado mucho lo que he visto en él.

Cuando aquella veintena y media de chicos y chicas se fijaron más despacio en su profesor vieron que algo raro pasaba. Iba vestido con un impermeable color tierra (¡en pleno mes de junio!), unas botas katiuscas color amarillo limón y en la mano portaba unas gafas de buzo. Decididamente o el profe se había vuelto loco, o estaba pitorreándose de todos ellos o algo raro pasaba.

De pronto, un gran estruendo resonó por entre los valles. Un ruido ensordecedor, profundo, como el ronquido de un enorme monstruo. Los niños se quedaron como pasmados, temerosos, con la mirada perdida en el infinito... Y entonces, sin saber ni cómo ni de qué manera, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. En sólo unos segundos el cielo se cubrió de nubes vertiginosas y negras y empezó a llorar a borbotones.

—¡A la cueva, mis muchachos! —gritó Juan Antonio—. ¡Hay que llegar a ella antes de que empiece a llover de  todo!

Sus alumnos se miraron desconcertados e intrigados. ¿Llover de todo? ¿Qué quería decir su profesor? Cuando un nuevo grito aterrador atravesó por en medio del valle y levantó hasta los aires una de las tiendas de campaña, nadie dudó que la cosa esta vez iba en serio. Todos salieron corriendo en busca de la Cueva del Oso,  más cuando el primero de ellos logró alcanzarla  pudo comprobar cómo a la puerta de la misma les estaban esperando.

¿Quienes estaban esperando a nuestros amigos? ¿Eran osos, pájaros carpinteros o los hombres del saco? ¿Lograrían salvarse de aquella maldita tormenta? ¿Qué demonios podía ser aquello? ¿Sería una nueva trastada de nuestro amigo Francisco José? ¿Sería la venganza del dios de la lluvia por aquel día en que nuestros amigos se pusieron chorreando perdidos en el Colegio sin su visto bueno? No os perdáis mañana el capítulo segundo de esta apasionante historia.  

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