FANTASÍA ANIMAL


En la ciudad de Animalandia la vida era muy tranquila. Todos los animales vivían en armonía gracias a que por allí todavía no habían llegado los seres humanos. El alcalde de Animalandia era un burro apacible y bonachón al que todo el mundo quería porque siempre ayudaba a los vecinos a resolver sus problemas. También era muy apreciada doña Clotilde, una morsa fea pero simpatiquísima, que siempre estaba en el dentista cuidando sus preciados colmillos. Y qué decir de Agapito, el pingüino, dueño y señor de la fábrica de frigoríficos y neveras de la ciudad, gracias al cual todos los animales de aguas frías o heladas podían vivir sin miedo a derretirse.



Un día llegó a la ciudad un hombre sucio y envejecido por el largo caminar. Venía de la ciudad más cercana, Humanilandia, situada a varios años de viaje en moto. O sea, lejííííísiiiiimos… Todos los animales, y en su nombre el alcalde, lo rodearon ariscos pues conocían por la internet que ningún habitante de aquella lejana ciudad era muy de fiar. Entonces empezaron a interrogar a Rigoberto (que así se llamaba aquel hombrecillo) para averiguar los motivos de su llegada.

—Vengo en son de paz, paz, paz… -dijo nada más ser rodeado por parte de la fauna de Animalandia.
—Mejor te vale –le respondió doña morsa- porque hasta aquí ha llegado la mala fama de tu especie.
—Sí -no tardó en decir Agapito- sabemos que en tu ciudad tratáis a los animales de irracionales, torpes y feuchos. Incluso los maltratáis y hasta os coméis a algunos de nuestros compañeros, lo cual nos pone furiosos…
—Yo vengo huyendo de los que decís mis amigos, igos, igos.. Creedme, edme, edme…
—También sabemos que sois los humanoides bastante mentirosos –terció don Peponcio, el alcalde-. Así que no te creemos. Y como no queremos que regreses a tu ciudad, nos delates y dentro de unas semanas venga un ejército de los tuyos a molestarnos o capturarnos, no queda más remedio que encerrarte en el cuarto de los ratones, donde ni los ratones quieren vivir.

Rigoberto, el humano, no sabía cómo salir de aquella desgraciada situación. ¡Y pensar que cuando salió huyendo de Humanilandia lo hacía porque no estaba de acuerdo con el trato que allí se daba a los pobres animales! Así que pidió una oportunidad.

—Soy vuestro amigo, igo, igo… Perdonad, pero estoy muy nervioso, oso, oso y eso me hace repetir algunas palabras, abras, abras… No quiero regresar a mi ciudad si no quedarme a vivir con vosotros, otros, otros... ¡Podría ser el profesor de idiomas de Animalandia! Yo sé rebuznar, croar, piar, mugir, maullar, balar, ladrar… Podría ayudar a aquellos de vosotros que no sabéis hablar los lenguajes de vuestros vecinos, inos, inos…
—Pues no parece mala idea, Rigoberto, erto, erto… Uy, ya se me ha pegado lo tuyo… -dijo el alcalde-. Aquí sólo hablamos idiomas unos pocos. Así que nos cuesta entendernos los unos a los otros, salvo cuando nos miramos y hacemos gestos, estos, estos…
—Pues mi idioma lo hablas muy bien, majete… -replicó el humanoide, haciéndose el gracioso.
—Algunos lo aprendemos por video para así poder enterarnos de las noticias sobre vosotros los humanos y estar preparados por si os da por venir a Animalandia. Ya ves que no tenemos un pelo de tontos…

Así que, una vez conseguida la confianza mutua y aliviado el nerviosismo, decidieron todos juntos convertir el cuarto de los ratones en la Academia de Idiomas "Pito-Pito-Gorgorito”, donde en unos cuantos años todos los habitantes de Animalandia aprendieron a entenderse con los demás sin necesidad de gestos ni miradas. Simplemente, hablando los idiomas ajenos. Con el entendimiento mutuo se hicieron aún más inteligentes. Tanto que -cuentan las crónicas- llegaron a ser más listos que los mismísimos humanos, empeñados en destruir el mundo con sus incendios, basura, ruidos, contaminación y otras diabluras.


Gracias a animales como Peponcio el burro, doña Clotilde la morsa o Agapito el pingüino, todavía hay vida sana y listorra en nuestro querido planeta. Y gracias también, claro, a la sabiduría y ternura de Rigoberto, el único humano que quiso ser feliz siendo un animal.

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