En un lugar de la Mancha de chocolate de cuyo nombre no quiero acordarme vivía una vez un flacucho, ágil y bromista Pájaro al que llamaban Loco.
Pájaro Loco tenía un padre llamado Tarzán de las Altas Hierbas que trabajaba de higos a brevas en un pueblo cercano llamado Hollywood haciendo botijos de barro. Para ir al pueblo lo hacía encima de su caballo "Sancho Panza", que así se llamaba por lo gordo y tripudo que estaba.
A su vez, el padre de Tarzán, o sea, el abuelo del Pájaro Loco, se llamaba Quijote, pero como era tan mayor, tan serio y tan triste, todos los del pueblo le decían Don Quijote del Porrosillo, que era como se llamaba aquel pueblo donde vivían nuestros amigos. A Don Quijote le hacía muchas bromas pesadas su nieto, por lo que a todas horas el pobre abuelo estaba diciendo:
—¡Pájaro Loooocoooo, Pájaro Looooocoooo...., ven pacá que te voy a desplumar!
La verdad es que Pájaro Loco se pasaba de gracioso con todo el mundo, no sólo con su abuelo. Hasta que un día le agarró del cuello su padre y le dijo que o cambiaba de actitud o tendría que enviarlo a casa de su tía Dulcinea del Membrillo.
Como Pájaro Loco no paraba de hacer travesuras, un día Tarzán -a su pesar-, no tuvo más remedio que cumplir con su promesa y agarrándolo esta vez de las orejas lo montó en el burro "Sancho Panza" y tras dos días y dos noches de larga caminata en la que sólo comieron algunas hierbas del camino, llegaron al pueblo llamado Rocinante donde vivía la tía Dulcinea.
Cuando entraron en la casa, tía Dulcinea, que estaba más loca que un rebaño de cabras, permanecía escondida detrás de la puerta con una escoba y nada más verlos empezó a palos con el padre y el hijo hasta que se dió cuenta que aquellos visitantes no eran los cobradores del recibo de la luz y del teléfono.
—Perdonad, pobres míos, ay qué pena, cómo os he puesto, si parecéis dos tomates, lo siento mucho.
—No te preocupes tía Dulci -contestó el pájaro Loco que, acostumbrado a los castigos de Tarzán, ni se había enterado de los golpes. Y bromeando, añadió: "Hemos venido pa decirte que te ha tocao la lotería de Semana Santa y que, plis, eres rica".
—No te preocupes tía Dulci -contestó el pájaro Loco que, acostumbrado a los castigos de Tarzán, ni se había enterado de los golpes. Y bromeando, añadió: "Hemos venido pa decirte que te ha tocao la lotería de Semana Santa y que, plis, eres rica".
Tía Dulcinea dio tal salto de alegría que se golpeó con la lámpara de 5 brazos que colgaba del techo. Al caer lo hizo encima de Tarzán haciéndole trizas tres costillas y la tibia y el peroné de la rodilla izquierda. El pobre hombre, tan canijo y tan flacucho como era, quedó aturdido en el suelo mientras Pájaro Loco, sin darse cuenta, recibía un tremendo golpe al caerle la lámpara encima de la cabeza. Más como estaba tan acostumbrado a los golpes creyó que era otra cosa y dijo a tía Dulcinea: "¡A ver, tía, cuándo echas insecticida en esta casa que menuda araña me acaba de caer encima!".
El panorama era desolador. Padre e hijo, descalabrados en el suelo y ...¡sólo hacía medio minuto que estaban con tía Dulcinea!.
Cuando, días mas tarde, Tarzán y Pájaro Loco recobraron el conocimiento estaban en dos camas en medio de una enorme sala en la que había un letrero que ponía "Hospital". A los pies de sus camas estaban Tía Dulcinea y Don Quijote comiéndose unos boquerones en vinagre.
—¡Por fin abrís los ojos, hijos míos, —dijo Don Quijote—. Pensábamos que ibais a estar inconscientes toda la vida!
—Abuelo —preguntó Pájaro Loco, siempre tan bromista— ¿quién va primero en la Liga, el Madrid o el Barcelona?
—¡El Betis, mal sobrino, que vaya susto que me has dado! —contestó Tía Dulcinea. Y al levantar los brazos para abrazarlo le dio sin querer con el bolso en la cabeza, dejándolo inconsciente.
—Abuelo —preguntó Pájaro Loco, siempre tan bromista— ¿quién va primero en la Liga, el Madrid o el Barcelona?
—¡El Betis, mal sobrino, que vaya susto que me has dado! —contestó Tía Dulcinea. Y al levantar los brazos para abrazarlo le dio sin querer con el bolso en la cabeza, dejándolo inconsciente.
Al ver nuevamente herido a su hijo, Tarzán -que era bastante sensible a la visión de la sangre- se desmayó también y así siguen desde entonces, durmiendo plácidamente en un par de camas del Hospital de Nuestra Señora de los Dolores, donde todos los días, delante de sus camas, Tía Dulcinea y Don Quijote se comen un platito de boquerones en vinagre traidos desde la muy noble y leal villa de Málaga, esperando el milagro de que Tarzán y Pájaro Loco vuelvan en sí. Lo que no saben es que los dos no piensan despertar mientras puedan:
—Con lo bien que se está aquí, durmiendo todo el día, sin trabajar, con la comida gratis a través del suero... cualquiera hace como que se despierta... (razona Tarzán).
—Yo no abro los ojos mientras tía Dulcinea no se vaya a freir boquerones a otro lugar. ¡Cualquiera corre el riesgo de otro nuevo accidente!... (piensa Pájaro Loco).
—Yo no abro los ojos mientras tía Dulcinea no se vaya a freir boquerones a otro lugar. ¡Cualquiera corre el riesgo de otro nuevo accidente!... (piensa Pájaro Loco).
El final de esta historia no podía ser otro. Tantos días comiendo juntos los dichosos boquerones en vinagre, tía Dulcinea y el abuelo Don Quijote llegaron a entablar una relación gastronómica tan cariñosa que decidieron, a sus años, casarse. Y así lo hicieron. Desde entonces fueron felices y esta vez comieron perdices. Sólo entonces se olvidaron de visitar a Tarzán y Pájaro Loco, quienes vieron entonces la ocasión de abrir los ojos:
—¡Milagro, milagro! —gritaron las enfermeras—. ¡Los bellos durmientes se despiertan!
Ahora los tenemos a tres mil kilómetros de distancia de tía Dulcinea para evitar su maligna presencia.
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