UN DÍA NEGRO


Pepito Risotadas, como su apellido indica, era un niño que siempre estaba riendo. Todo le hacía gracia: el vuelo de un pájaro, la puesta de sol, estudiar matemáticas, comer pan con aceite y hasta ducharse. Era un niño divertido y feliz. Y si le ocurría algún contratiempo siempre sabía encontrarle el lado positivo. Por ejemplo, aquel día en que  un perro lo confundió con una farola y se meó en sus pantalones.


Aquello, que no era nada divertido, le hizo pensar que quizás aquel chucho no tenía dueño y estaba solo. En vez de enfadarse le pasó una mano por el lomo. El perrito empezó a mover la cola muy contento. Pepito entendió que no andaba equivocado: aquel animal andaba buscando cariño.

Un día, sin embargo, a Pepito todo le salió mal. Suspendió el control de lenguaje, se perdió el perro, rompió un plato de la cocina, le quitaron los dos euros con los que iba a comprar el periódico a su papá y hasta su amigo Feliciano no quiso que jugase al fútbol con él ese día.

Jamás había tenido tantas desgracias juntas. Un día así afirman los mayores que es un “día negro”. A Pepito se le saltaron las lágrimas cuando, para rematar aquella mala mañana, en el comedor del colegio le pusieron macarrones con pimientos. Era la única comida que no soportaba.

—Hoy es que no me pasa nada bueno… —gimoteaba Pepito—. Menos mal que cuando acabe con el postre saldré a pasear por el bosque del cole para charlar con los pajaritos…

En ese momento se oyó un gran trueno. Instantes después comenzaba a llover a cántaros. Caía tal cantidad de agua que era imposible salir al patio. Decididamente, aquel día estaba siendo negro, pero que muy negro para nuestro protagonista.

Al cabo de media hora escampó. El sol salió de repente y envolvió el bosque con un arco iris gigante. La tarde se puso de mil colores. Todo invitaba de nuevo a la alegría pero Pepito seguía triste. En ese momento llegó su padre.

— ¿Qué tal has tenido el día, Pepe?
— Negro, papá, más negro que el carbón. Hoy he visto de cerca la tristeza, el mal humor, la infelicidad…
— Pues alegra esa cara porque tengo buenas noticias. Ha aparecido Chuchito. Acaban de llegar los abuelos del pueblo. Me han tocado tres mil euros en el sorteo de la ONCE así que te podré comprar esa colección de tebeos que tanto te gustan y, por si fuera poco, mamá te ha preparado para esta noche tu comida preferida.
— ¡Guau! —exclamó Pepito, imitando a su perro. ¡Por fin la vida me vuelve a sonreír!

Mientras que se encaminaba hacia la puerta del colegio, cogido de la mano de su papá, pudo ver como el arco iris gigante todavía seguía allí, como queriendo decirle… “¡Nunca pierdas la esperanza, Pepito, que por muy negro que se ponga el día al final siempre acaba por ser multicolor!”.

Quizás por eso mismo, nuestro chico empezó a troncharse de risa. ¡Por fin volvía a ser Pepito Risotadas!  

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