LA MANO DE GOMA


Pepito Picatoste era un niño pequeño, suave... Casi parecía de algodón. No, no era como el burrito Platero, no. Es que era así. Sobre todo, muy dulce. ¡Cómo no lo iba a ser si le entusiasmaba todo lo que tuviera azúcar: caramelos, piruletas, chupachups...!


Un día fue al cine a ver una película titulada "La mano de goma". Pepito entró a la sala con un arsenal de dulcerías, dispuesto a pasar un rato la mar de sabroso viendo aquel film de título tan raro. Chupa que te chupa, masca que te masca, no se dio cuenta de nada hasta que salió del cine. Fue su madre quien la echó en falta:

—¡Pepito! ¿Dónde tienes la mano izquierda?

—Mamá —dijo mirándose el brazo, el muy despistado—, me la habré dejado en el cine...

—¿No será que te la has chupado, creyendo que era una piruleta? —le recriminó su padre— ¡Anda, vamos para la Clínica San Milagrote a ver si la cosa tiene arreglo!

Veinte minutos más tarde, una radiografía estomacal no ofrecía dudas: la mano de Pepito había sido chupada centímetro a centímetro. La única solución posible para arreglar aquel despropósito sería ponerle una mano de goma.

En esto que Pepito dio un salto en su asiento. ¡Demonios, qué mal sabía el chupachups que estaba lamiendo en esos instantes! Se dio cuenta entonces que ya estaba chupando el palitroque y que acto seguido, hipnotizado por la gran pantalla, corría el riesgo de chuparse la mano. Igualito que lo que le había ocurrido al protagonista de la película, también llamado Pepito. ¡Casualidades de la vida! Entonces, palpando en la oscuridad, agarró con cada mano a sus papás y les dijo:

—Vámonos de aquí, pronto. No quiero acabar como el chico ese de la pantalla.

Chico listo nuestro Pepito Picatoste. Desde entonces supo moderarse en el consumo de chucherías. Pese a lo cual, siguió siendo un chico pequeño, suave y dulce, muy dulce.

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