LOCA HISTORIA SOBRE UN PELUQUERO GENIAL

Pedro Jacinto Alonso del Peluquín siempre quiso ser peluquero. Su propio apellido ya lo anunciaba. Así que conforme fue creciendo en centímetros y en kilos toda su obsesión era estudiar tan estupenda profesión. Pronto se dio cuenta que no bastaba con saber todo lo que había que saber sobre el pelo que el ser humano luce en la cabeza. Aún más importante que la teoría, era la práctica, de modo que pronto empezó a pedir a amigos y conocidos que le dejasen toquetear en sus pelambreras para ir cogiendo experiencia. Al principio todo el mundo le ponía cara de asco pues nadie quería ver convertida su cabeza peluda en un matojo desordenado de pelillos, pero pronto se fueron convenciendo que lo de Pedro Jacinto Alonso del Peluquín era una vocación más grande que la copa de un pino. Nuestro mozuelo todavía no había cumplido los 12 años y ya hacía unos peinados y unas virguerías con el pelo ajeno que todos los que las veían se quedaban maravillados. Pronto tuvo en la puerta de su casa a toda la vecindad para que les arreglase el pelo de manera bella y artística. ¡Y encima lo hacía gratis!



Sus padres estaban contentísimos pues pensaban que tenían un genio en casa, un genio manejando las tijeras y el peine, claro. Por eso le llevaron a las mejores academias y peluqueros de la región para que aprendiese las técnicas más modernas. Un buen día Pedro Jacinto Ecétera, cuando tenía la hermosa edad de 16 años, les dijo:
—Papuchis, acabo de darme cuenta que soy alérgico a los pelos.

Sí, amiguitos y amiguitas. El bueno de nuestro protagonista empezó a darse cuenta que cuando se ponía delante de una cabellera ajena, empezaba a estornudar, lloriquear y que tenía hasta algún pequeño ataque de asma. El cruel destino acababa de hacerle una gran faena. Pero Pedrín Jacintín no se dio por vencido y de esta manera pensó una noche en que no podía dormir:
—A ver, Pedrín… hasta ahora siempre has estado preocupado por los pelos del prójimo pero, ¿y los pobres hombres que no tienen pelo porque lo han perdido en un descuido o se les ha caído poco a poco? ¿No crees que deberías pensar en ayudarles? Lo tuyo sigue siendo trabajar con las cabezas ajenas y si no puedes hacerlo ahora con las peludas quién te impide ayudar a las mondas y lirondas?

Dicho y hecho. Nuestro protagonista se levantó al día siguiente con una sonrisa de oreja a oreja y les dijo a sus padres en cuanto los vio:
—Papuchis, ya tengo la solución a mi alergia: seré un peluquero de calvos.

Menos mal que los padres de Pedro Ecétera estaban sentados porque de la impresión que se llevaron se habrían caído de espaldas. Pedrote les explicó sus planes y viendo que eran lógicos y sensatos, accedieron a comprarle todo lo que les pidió: necesitaría hacer prácticas y experimentos previos antes de abrir la primera peluquería del mundo para calvos. Mas como dichas prácticas eran revolucionarias y peligrosas no las realizaría sobre las personas sino con unos maniquíes.

Al cabo de un año de duro trabajo y serios experimentos, el bueno de Pedrolo logró su objetivo. Inmediatamente fue a un Centro profesional de Peluquería para que le diesen el título de Peluquero pero se negaron en redondo y en cuadrado pues le tomaron por loco. ¡Un peluquero para calvos! ¡Vamos, anda, el personal está cada vez más locuelo!

La negativa no le afectó. Con la ayuda de sus padres puso una peluquería clandestina y empezó a trabajar. Lo malo es que nadie acudía pues entre que la “pelu” no era legal (Pedrillo no tenía el título oficial de peluquero) y que los calvos creían que aquello era una tomadura de pelo, por las manos de nuestro amigo no pasaba nadie.

Pero los milagros existen si se les busca con tesón y confianza. Un día en que Pedro Jacinto estaba pensando en la mala suerte que tenía, asomó por la puerta un chico alto, fornido y con la cabeza como una bola de billar.
—Buena tardes, amigo. Acabo de leer el letrero ese que dice “Peluquería para calvos” y me ha entrado curiosidad por saber de qué va esto. Hasta hace cuatro días yo tenía una mata de pelo que era una preciosidad pero en menos de una semana, no sé porqué, se me cayó todo. Con lo joven que soy…
—Pase, pase… Este es el lugar indicado para que usted vuelva a sonreír. Le estaba esperando…
—No le entiendo.
—Sabía que alguien rompería la desconfianza y el miedo ante lo desconocido. Es usted el primero que entra en mi peluquería para calvos y no se va a arrepentir.
—Con que el primero… Eso está bien.

Cuando el joven varias horas más tarde salió de la peluquería de Pedro, parecía otro hombre: una gran cabellera alfombraba su cabeza. Su pelo largo y rubio llamaba la atención de todos los transeúntes que pasaban cerca.

Pronto comenzaron a llegar nuevos clientes y en unos cuantos meses nuestro peluquero se convirtió en el más famoso del país y del mundo entero. Gracias a sus investigaciones había conseguido devolver la sonrisa a miles de personas que habían perdido su pelo o que deseaban tenerlo más poblado. Aunque era un pelo artificial sólo él notaba la diferencia con el pelo natural de las personas. Lo único malo de su invento es que, tras hacerle crecer pelo artificial a los clientes en un par de horas (ese tipo de pelo no le provocaba alergia al bueno de Pedro), luego éstos iban perdiéndolo poco a poco por lo que, al cabo de varios meses, tenían que volver a la peluquería de Pedro Jacinto Alonso del Peluquín para que éste volviera ha hacérselo crecer de nuevo.

Sí, pequeñuelos y pequeñuelas, nuestro querido amigo era un auténtico peluquero sólo que al revés que el resto de sus colegas. Mientras la mayoría de los peluqueros cortan el pelo a los clientes y cuando les vuelve a crecer demasiado retornan otra vez para que se lo vuelvan a cortar, Pedro J.A. hace justo lo contrario: crea el pelo en sus clientes y cuando se le empieza a caer vuelven de nuevo a ponerse en sus manos para que se lo alargue. ¿No es fantástico?

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