UN EXAMEN CON ESPÍRITU DEPORTIVO (1 DE 2)


Hoy toca examen de Lengua Española. Se acerca el final de curso y los alumnos deben demostrar por escrito que disponen de las “competencias curriculares” propias del nivel en que se encuentran. Vamos, que saben hacer la “o” con un canuto… Para tan importante y glorioso momento los alumnos de 1º A de la ESO se han trasladado al “Aula de exámenes y gestas”, así llamada por don Arturo, su profesor.



—Ya sabéis que para mí un examen es sólo un medio más de que demostréis a los profes y a los papis que os ganáis la paga que os dan cada semana o mes…
—Pues entonces yo no tengo que hacer el control porque mis padres no me dan ni un euro… —saltó Manuela, tan velozmente que casi se muerde la lengua.
—Te pagarán en especie, chiquilla —le recriminó de inmediato Martita, la prodigio.
—¿Y eso qué es? —preguntaron al unísono los de las últimas filas, repletas de los alumnos menos estudiosos.
—Pues esa es una buena pregunta —terminó zanjando la cuestión don Arturo—. Tan buena que es la número cinco de las diez que os tengo preparadas. Martita ya os ha dado una pista sin querer. Tenéis treinta minutos para escribir vuestros preciosos garabatos pero leeros bien las preguntas antes de contestarlas porque en el último control hubo quien a la cuestión de que pusiese un ejemplo de “familia de palabras” respondió citando a su padre, su madre, su abuela y hasta al perrito…

Don Arturo pensaba que empezar un examen con una carcajada general era un medio estupendo de quitarle hierro al asunto. Tras esperar unos segundos a que cesasen las risas, el viejo profesor mandó repartir los folios de las preguntas al tiempo que escribía en la pizarra la siguiente frase: “A aquel árbitro le insultaban mucho pero le importaba un pito”.

—Para deshacer un posible empate en el examen, que se da cuando acabo de corregirlo y no sé si suspender o aprobar, aquí tenéis esta bella frase. Debéis hacer un simple análisis morfológico de cada una de sus palabras. ¿Entendido?
—¿Morfoqué? —preguntó Sergio Montoro.
—Morfoqué, no, morfológico. Análisis morfológico, Montoro. Ya sé que la cosa es más aburrida y difícil que preguntarte por los títulos ligueros que ha conseguido el Real Madrid en toda su historia pero es que el Ministerio de Educación no me permite hacer este tipo de preguntas.

Don Arturo llevaba lidiando con Sergio durante todo el curso y no había conseguido de él nada más que la alineación completa del equipo merengue cuando ganó la última Champions. Se consoló pensando que, pese a todo, ese chiquillo era el único de la clase que —pese a estar siempre en la inopia— tenía garantizado un espléndido futuro gracias a sus famosos padres, una concejala de urbanismo que aspiraba a ministra y un abogado que ansiaba ser presidente del club de fútbol de la ciudad. El chaval no se iba a morir de hambre, y como jugaba muy bien al fútbol, lo mismo en unos años se convertía en un jugador estrella de la Liga y ganaba en una sola temporada lo que él en toda su vida de profesor.

Como el tiempo disponible era más bien escaso, los buenos estudiantes emularon con el bolígrafo a Fernando Alonso, mientras que los más negados se dedicaron a remolonear en espera de que les llegase la inspiración divina.

Había pasado ya el minuto cinco del primer tiempo del examen y ningún alumno había practicado juego peligroso. El profe parecía no prestar demasiada atención al alumnado pero era una estratagema para incautos: si algo le molestaba de sus chicos era que se dedicasen a copiar. A aquello le llamaba “hacer juego sucio” y tal infracción del reglamento implicaba automáticamente la tarjeta roja.

Don Arturo gustaba de comparar usos y estrategias escolares con sucesos y experiencias que se daban en el mundo del deporte. Le desagradaba profundamente el cariz que había tomado el deporte (con el fútbol a la cabeza), usado por el poder y los medios de comunicación para narcotizar a los ciudadanos más que para despertarlos. La prueba era que aquellos mismos chiquillos que tenía tan atareados haciendo el examen apenas practicaban ejercicio físico (excepto Rafa y María) y, en cambio, perdían el culín y el cerebrín por los grandes ases del balón, los equipos más renombrados y las estrellas más sonadas. Podían no saber qué significa la palabra “frágil” pero conocían de “pe” a “pa” las biografías y chismorreos que circulaban en las televisiones sobre los grandes ases del deporte nacional e internacional.  El caso de Sergio Montoro era paradigmático, o sea, ejemplar. Quiero decir, nada ejemplar, aunque sigue siendo paradigmático. No sé si me explico…

(Continuará)

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