TROZO CUATRO
Aquella noche José David regresó muy tarde así que no pudo hablar con su hijo pequeño acerca de la historia de Manolo, el paraguas que añoraba la lluvia. No era una mala idea. ¡Qué fantástico sería inventarse un paraguas que atrajese la lluvia! Sería la salvación de los países y pueblos que viven en permanente sequía. Pero eso sí que es un objetivo imposible para la ciencia actual. Lo máximo a que podía aspirar con su paraguas inteligente era conseguir un objeto que impidiera que, con su uso, la gente se mojara de los pies a la cabeza al tiempo que le acompañaba con unas bellas melodías insertadas en su mango o le daba la hora. Mas fue tanto el tiempo y el empeño que José David dedicó a su futuro invento que un buen día, al cabo de casi un año, pudo gritar por fin…
—¡Eureka!
Tras su grito guerrero (dicen que es la palabra preferida de los inventores) nuestro científico logró culminar su trabajo y su sueño. En sus manos, tras pasar las últimas pruebas de verificación, tenía un soberbio paraguas por fuera y un excepcional robot por dentro. En su mango había logrado introducir un sofisticado programa informático con el que asombraría a los futuros compradores. Aquel paraguas era más inteligente de lo que había pensado. Aquel paraguas… acabaría con esos negros y ridículos artilugios de tela que venden como protectores de la lluvia pese a que casi siempre acabamos mojándonos.
Cogió su flamante invento, lo envolvió cuidadosamente y salió corriendo para su casa. Y digo “corriendo” porque, con tanta alegría como albergaba su cabeza, su corazón y su hígado, se le olvidó donde había aparcado el coche y tuvo que regresar a paso ligero hacia su vivienda. No estaba muy lejos, sólo a un par de kilómetros. Distancia suficiente para saborear aún más, entre pisada y pisada, su genial prototipo recién creado: un paraguas inteligentísimo. Su familia sería la primera en ver el magnífico invento. Por fin sería reconocido mundialmente como un científico imaginativo, como un benefactor de la humanidad.
TROZO CINCO
En el primer kilómetro, no supo nunca porqué, le vino a la mente aquella historia del paraguas llamado Manolo que su hijo pequeño, hacía ya más de 10 meses, había escrito para la clase de Lengua. Aquel paraguas que suspiraba por vivir en una ciudad donde lloviese a menudo, donde pudiera ser útil a alguien. José David rememoró, al tiempo que caminaba más contento que unas castañuelas, la historia que su hijo le contó al día siguiente tras decirle que el profe le había puesto la máxima puntuación.
“El niño pequeño de aquella casa de campo donde vegetaba el paraguas Manolo empezó a jugar un día con todos los trastos que había por allí, los sacó a la puerta y de una patada (era un chico bastante travieso) envió a varios pendiente abajo, al final de la cual había un río. Y allá que se fue el paraguas con ellos fruto de un puntapié certero de aquel zagal tan borde. Un campesino que pasaba por el lugar encontró el paraguas (como no era redondo apenas había avanzado por la pendiente) y allí lo habría dejado de no ser porque, milagrosamente, comenzó a llover. Y llovió tan torrencialmente que el campesino, en cuestión de minutos, mientras bajaba hacia el río para cruzarlo, cosa que hacía todos los días para no dar un gran rodeo camino de su casa (ya entenderéis que aquel riachuelo no llevaba ni una gota de agua al no llover casi nunca), se encontró con que todo el cauce del río estaba repleto de agua. Entonces Manolo comenzó a hincharse, como si de un globo se tratara, y logró elevarse lo suficiente (y con él al campesino, que permanecía asido a su mango) para salvar la altura del agua y atravesar el repleto río”.
José David estaba a mitad de camino de su casa. Volvió a pensar, como aquella lejana tarde, en la prodigiosa imaginación de su hijo pequeño. ¡Un paraguas-globo! Y entonces recordó el desenlace de la historia de Manolo. (Jo, llamar Manolo a un paraguas era como para partirse de risa).
“Cuando el campesino llegó a su domicilio comentó a su mujer e hijos lo que le había ocurrido gracias a aquel paraguas milagroso. Entonces decidieron colocarlo de adorno en la pared cercana a la chimenea para tenerlo siempre a la vista. Pasados unos días, con el calorcillo que emanaba cerca de la pared, Manolo —que ya se veía el resto de su vida útil haciendo el inútil colgado de un tabique— tuvo una idea. Y a ella dedicó los siguientes meses hasta que, no se sabe cómo, logró que el campesino lo bajase de la pared llevándoselo al trabajo. Eran días de mucho calor y el paraguas protegía a su dueño de tan inmensa solanera. Tras el verano llegó el invierno y Manolo volvió a colgar de la pared pero no le importó porque durante una temporada había sido útil a aquel campesino tan trabajador y simpático. Al fin y al cabo los paraguas sólo trabajan de lluvia en lluvia. Él lo hacía de sol en sol. Mejor calentito durante el verano que chorreando agua durante el resto de año aunque como por aquellas tierras no llovía ni gota…”
Cuando José David quiso darse cuenta, la silueta del bloque de pisos en que vivía apareció a cien metros. Tenía una excelente noticia que dar a su querida familia. Era la historia de otro paraguas al que todavía no le había puesto nombre.
—¿Y si también lo llamase Manolo? —sonrió al tiempo que divisaba la cabeza de su hijo pequeño, asomado a la ventana.TROZO SEIS
Tras cenar modestamente, José David convocó a toda su familia. Tenía que darles una buena noticia: ¡había terminado el invento del paraguas inteligente!
—¡Aquí os presento a Manolo, el paraguas más inteligente del mundo!
Su mujer y los dos hijos comenzaron a aplaudir pidiéndole que les mostrara el paraguas para ver qué era capaz de hacer. Nuestro científico se fue a su cuarto y, en un par de minutos, regresó con una cajita amarilla poco más grande que un reloj de pulsera.
Los aplausos volvieron a atronar en la habitación.
—¿Qué cosas tan guays es capaz de hacer Manolo? —preguntó el hijo mayor.
—¿Y por qué le llamas Manolo y no Richard o Jhonny? —preguntó el hijo pequeño.
—Porque es un paraguas español y los españoles nos llamamos Juan, Rafael, Pedro o Manuel.
—Pues mi amigo es español y se llama Iván, un nombre ruso…
—Que significa Juan, así que déjame que le ponga a este invento el nombre de mi tatarabuelo. Además, fuiste tú el que puso Manolo al paraguas de tu historia para el cole. ¿O ya no te acuerdas?
El científico bebió un poco de agua pues pensaba lanzar a su familia un pequeño monólogo sobre su nuevo invento y no quería que a mitad del mismo la boca se le quedara seca.
— Como veis el paraguas ocupa el mismo espacio que un reloj. Por eso cabe en esta pequeña cajita. Cuando deseemos que funcione bastará apretar este botón y…
En ese preciso momento aquel círculo amarillento empezó a inflarse de manera que en menos que canta un gallo (unos cinco segundos) se había estirado tanto que parecía un paraguas de los de toda la vida.
—¡Guau! —dijo el pequeño, no el perro.—Al apretar el botón el paraguas comienza a tomar aire a una velocidad supersónica y se hincha rápidamente. Como podéis ver parece una seta gigante pero sólo está relleno de aire. Se acabaron los problemas de hacerse daño con el paraguas. En su interior lleva un minúsculo equipamiento informático capaz de producir decenas de actos inteligentes. Ofrece música regulable en volumen gracias a esta pequeña ranura en el mango donde podemos introducir una tarjeta de memoria. Si miráis bien, el color amarillo inicial (un color pensado para ver muy bien el paraguas si se cae al suelo cuando está recogido) ahora es el que yo quiero y he programado. Pero esto es sólo el principio. Mirad, ahora se va a poner rojo…, o verde…
—Si encima supiera cocinar y planchar este reloj sería la monda…. —dijo, sonriente, la mujer de nuestro científico.
—Si papá no sabe cocinar ni lavar, ¿cómo va a programar un paraguas que sepa hacer eso?
—Pues que aprenda, hijo, que cocinar y planchar es más fácil que inventarse paraguas que son la monda…
—Basta de cháchara —cortó por lo sano José David—. Mirad el mango del paraguas.
—Jopé…
—En él se ve la hora que es, en qué calle estamos y en qué ciudad, el pronóstico del tiempo para las próximas 24 horas y, lo más divertido, un teléfono con el que llamar a quien queramos.
—Jopé… —repitió el hijo menor, quien cuando se ponía pesado no paraba de decir “jopé”.
—Intentad quitármelo de la mano. Como si quisierais robármelo.
El hijo mayor lo intentó pero el paraguas fantástico y súper inteligente pareciera que estaba pegado como una lapa a la mano del científico.
—El paraguas jamás podrá ser robado u olvidado. Pero hay más, familia. Escuchad… —Hola, soy Manolo, el paraguas inteligente creado por José David, el científico más genial del planeta Tierra.
—¡¡¡El tío habla!!! —gritó sorprendida la mujer de José David.
—¡Cómo que si hablo! ¡Hablo mejor que usted, señora, pues tengo en mi memoria todo el diccionario de la Academia de la Lengua Española!
—¿Y sabes también cocinar y planchar? —replicó la mujer.
—No, pero sé hablar en 20 idiomas pues tengo memorizados los diccionarios respectivos.
—Mira, Jose David, yo sé que tu invento es genial, y que lo mismo te dan el Nobel de la Inventiva, pero dudo mucho que la gente se ponga a hablar con un paraguas por muchos diccionarios que se sepa. Si al menos supiera cocinar y planchar…
—¡Mujer, qué perra has cogido con lo de las tareas de la casa! Mi próximo invento va a ser un robot que sepa hacer eso, pero antes centrémonos en Manolo, el paraguas inteligente que no sólo habla, canta, da la hora, el tiempo y, por supuesto, nos protege de la lluvia y el sol. Manolo te va a demostrar ahora, amor mío, qué otras cosas es capaz de hacer. Mira, María, mira…
Nuestro inventor soltó el paraguas de la mano y aquel artilugio empezó a flotar por encima de su cabeza. Un paraguas que flotaba. Y cuando José David empezó a caminar por la habitación, el paraguas le siguió siempre por encima de su cabeza.
—Ya no hará falta sostener el paraguas cuando llueva por lo que podremos dedicar las manos a lo que queramos. Y si el dueño es un tío con una cabeza más grande que una plaza de toros, Manolo se adaptará al tamaño de ésta. Ah, y como está lleno de aire, pensaréis que lo mismo puede pincharse. Pues no, está confeccionado con un material dilatable pero impinchable. Además, se inclina encima nuestra dependiendo del ángulo desde el que venga la lluvia por lo que jamás podremos mojarnos con él, ni los pies. Toda la familia, incluido el perro, comenzó a aplaudir con fuerza (bueno, el perro hizo lo que pudo).
—Cuando termine de llover, automáticamente Manolo acercará su mango hasta nuestra mano y comenzará a desinflarse hasta recogerse al tamaño previo a la lluvia. Tal como ahora está haciendo en esta demostración…
Varios años más tarde, cuando los paraguas inteligentes comenzaron a inundar el mercado, a nuestro inventor le dieron el Premio Nobel de los Buenos Inventos. El primer prototipo, aquel llamado Manolo, está en el Museo del Prado, en la última planta, y cuentan que una noche de muchísima lluvia se formó una gotera en el techo que amenazaba un famoso cuadro de Velázquez. El gran Manolo se desplegó a la vista del guardia de seguridad y durante toda la noche estuvo protegiendo el cuadro hasta que llegaron las asistencias técnicas al día siguiente. A partir de la tercera generación los paraguas inteligentes del inventor José David ya saben un poquito de cocina y plancha.
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