(La siguiente historia se ha escrito a partir de las efectuadas en clase por los alumnos de 4º A sobre el tema: “Aventuras de un paraguas”. El profe, tras su lectura, ha escogido fragmentos de aquí y de allá, los ha mezclado y reinventado, ha añadido algunas cosillas de su cosecha, y como dicen los franceses: “¡Et, voilá!” Aquí está nuestra historia…)
TROZO UNO
Había una vez un científico llamado José David, el cual vivía en un pueblo muy pequeño en el que siempre hacía mucho frío y llovía a cántaros. Bueno, a veces a botellas y otras, a vasos…
Un buen día (extrañamente el tiempo era fantástico) tuvo la idea de inventar un paraguas inteligente. Si había relojes, lavadoras y juguetes inteligentes, ¿por qué a nadie se le había ocurrido construir un paraguas listísimo? Un paraguas que no saliera volando cuando el viento arreciara. Un paraguas que nunca se perdiera por un despiste o descuido de su dueño. Un paraguas, en fin, que variase de tamaño dependiendo de la fuerza y dirección de la lluvia.
El sabio José David, alto y delgado, peinándose al espejo, siguió dándole vueltas al paraguas. Debía de ser pequeño para poder llevarlo en un bolso o bolsillo. Además de proteger de la lluvia debería acompañar a su dueño con bella música. Y, naturalmente, debería ser un paraguas atractivo, guapetón, que entrara por los ojos. ¿Qué tal —pensaba nuestro científico mientras se echaba un buen chorro de colonia en la barba— si el paraguas tiene la foto de Bob Esponja? O mejor, si es tricolor: azul, amarillo y rojo. O requetemejor: ¿Y si tiene los colores del arco iris?
Cuando salió de casa camino de su laboratorio, José David ya tenía en mente las características básicas de su nuevo invento, el paraguas inteligente. Lo difícil sería darle “vida”, elaborar los chips informáticos que le aportaran la inteligencia artificial. Una inteligencia que debería convertir al futuro paraguas en un objeto codiciado y útil.
TROZO DOS
Un año tardó nuestro científico inventor en construir el prototipo del paraguas inteligente. Lo que al principio creyó que iba a ser una empresa fácil se fue convirtiendo en una difícil tarea ante las sugerencias bien intencionadas de sus familiares, los únicos conocedores de sus intenciones.
—Papá, además de que tenga música, ¿por qué no intentas que hable? —le comentó su hijo mayor.
—¿Y de qué crees tú que puede hablar un paraguas? ¡Estás más locuelo que yo!
—Pues… de lo que habla la gente: de fútbol, de moda, de política…
—Quita, quita… tú lo que quieres es que lo destrocen por culpa de una discusión cualquiera. Porque si el paraguas habla será porque tendrá una opinión y ya sabes que hay mucho burro por el mundo que sólo defiende un tipo de opinión: la suya.
—Quizás tengas razón…, pero no estaría mal que ayudase a su dueño a no pisar un charco por despiste o avisarle de que viene frontalmente otro paraguas sin dar síntoma de querer frenar…
—¡Eso sí! —respondió nuestro inventor al tiempo que chasqueaba sus dedos pulgar e índice.
Durante un mes, en la fase de diseño, José David estuvo mucho tiempo en la calle observando detenidamente a la gente para comprobar científicamente cómo se llevaba el personal con sus paraguas y qué tipo de ellos eran los más habituales. Así pudo comprobar que con los paraguas pequeños la gente se mojaba siempre los zapatos y que, a menudo, los dejaba olvidados en la parada del autobús (los paraguas, no los zapatos) o en la barra del bar al que acudían a desayunar. Comprobó que en cuanto hacía un poco de viento el 89 % de los paraguas se doblaban hacia afuera. Anotó en su tablet que el 76 % de los viejecitos tenían dificultades en manejar su paraguas, habitualmente grande. En resumen: el meticuloso científico que protagoniza nuestra historia imprimió más de mil páginas con todo tipo de observaciones paragüeras. Incluso viajó por distintas ciudades españolas por ver las peculiaridades propias de algunos paraguas autonómicos y locales pero sacó pocas conclusiones: los paraguas son paraguas y no hay tu tía. Traduzco al lenguaje científico: el 84 % de los paraguas suelen ser negros, acaban perdiéndose o rompiéndose y se compran en las tiendas de los chinos. Un asco.
TROZO TRES
Un día, el hijo pequeño del científico inventor regresó del colegio diciendo que su profe le había mandado que escribiera una historia titulada “Aventuras de un paraguas”.
—He pensado, papurri, que el paraguas sea inteligente…
—No, hijo, por favor… Más paraguas inteligentes no, ya tengo bastante con los quebraderos de cabeza que me está dando el proyecto del mío.
—Cuando me refiero a inteligente me refiero a que tendría….poderes. Por ejemplo, un hombre compra un paraguas rojo con lunares blancos, lo abre porque se pone a llover y por el camino se encuentra a unos ladrones. Entonces el paraguas se convierte en una espada, los asusta y salen corriendo.
—Niño, tú has visto muchas películas…
—Otro ejemplo de paraguas con superpoderes: un paraguas que empieza a girar como las hélices de un helicóptero y…
—No…
—¡Otra idea fantástica! Un paraguas loco que empieza a volar, volar, volar y viaja a Córdoba, después a Sevilla, luego llega a Barcelona y visita el Nou Camp y después se da una vuelta por Europa…
—A ver al Bayer o el Chelsea, ¿no?
—Veo que no te gusta nada de lo que se me ocurre. Hum… ¿y esta idea? Un señor tiene un paraguas, se le pierde, empieza a buscarlo y resulta que lo encuentra en una tienda donde venden billetes de lotería y piensa que quizás la suerte de haberlo encontrado en aquel sitio signifique que lo mismo le toca la lotería si compra varios décimos de aquel local y…
—Mira chico, vete a tu cuarto e invéntate la historia más fantástica que se te pueda ocurrir con un paraguas como protagonista. Yo también estoy en ello pero en mi laboratorio.
—Dame una idea, al menos.
—Un paraguas que tenía alergia a la lluvia. O un paraguas que en una semana viaja por todo el mundo… gracias a que su dueña es una vendedora de “Cosméticos la Internacional”. Ya te he dado dos ideas, chico…
—¿No hay un refrán que dice que no hay dos sin tres?
—Ahí va la tercera idea: Un paraguas que es olvidado en la sala de embarque de un aeropuerto y una mujer viajera se lo queda. Cuando llega a París el paraguas se quedó asombrado porque aquella ciudad era muy grande y tenía muchas iglesias. Lo malo es que estaba siempre lloviendo así que el paraguas –que era pequeñito y flojucho- se puso enfermo muy pronto y le salieron unos agujeros feísimos en su tela. Su dueña acabó tirándolo al cubo de la basura.
—No están mal tus sugerencias pero creo que ya tengo mi historia. La titularé “El paraguas Manolo” y se me acaba de ocurrir que vive en un rincón de una casa de campo de un pueblecito andaluz donde nunca llueve. Así que se sentía un trasto inútil pues los paraguas están hechos para lo que todos sabemos: para cubrirnos de la lluvia. Y si no llueve ya me dirás para qué sirven. Así que aquel paraguas pensó en huir hacia un lugar donde lloviese muy a menudo. Allí sería más feliz porque podría ayudar a la gente. Por ahora es lo que se me ha ocurrido…
—Pues ya tienes la presentación si la completas con una breve descripción de la casa de campo y del paraguas. Mientras meriendas piensa en el nudo y el desenlace. Esta noche me los cuentas, ¿vale? Yo me voy al laboratorio a echar un rato con ese maldito paraguas inteligente.
2 comentarios:
!Está genial profe! Una historia muy divertida
Pues espera a la segunda parte que se publicará después de un cuento de navidad muy... sorprendente.
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