El Lobo, que esto vio, pensó: Ese idiota debe de estar fatal de la pelota... ¡Cerdito, por favor, déjame entrar! . ¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar! ¡Pues soplaré con más fuerza que el viento y aplastaré tu casa en un momento! Y por más que rezó la criatura el lobo destruyó su arquitectura. ¡Qué afortunado soy! -pensó el bribón. ¡Veo la vida de color jamón! Porque de aquel cerdito, al fin y al cabo, ni se salvó el hogar ni quedó el rabo. El Lobo siguió dando su paseo, pero un rato después gritó: ¿Qué veo? ¡Otro lechón adicto al bricolaje haciéndose una casa... de RAMAJE!
¡Cerdito, por favor, déjame entrar! . ¡Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar! ¡Pues soplaré con más fuerza que el viento y aplastaré tu casa en un momento! -farfulló el Lobo. ¡Ya verás, lechón!, y se lanzó a soplar como un tifón. El cerdo gritó: ¡No hace tanto rato que has desayunado! Hagamos un trato. El Lobo dijo: ¡Harás lo que yo diga! Y pronto estuvo el cerdo en su barriga. No ha sido mal almuerzo que hemos hecho, pero aún no estoy del todo satisfecho -se dijo el Lobo. No me importaría comerme otro cochino a mediodía. De modo que, con paso oculto, la fiera se acercó hasta otro edificio en cuyo comedor otro marrano trataba de ocultarse del villano. La diferencia estaba en que el tercero, de los tres, era el menos majadero y que, por si las moscas, el muy pillo se había hecho la casa... ¡de LADRILLO!
¡Conmigo no podrás! -exclamó el cerdo. ¡Tú debes de pensar que yo soy lerdo! -le dijo el Lobo. ¡No habrá quien impida que tumbe de un soplido tu guarida! Nunca podrás soplar lo suficiente para arruinar mansión tan resistente -le contestó el cochino con razón, pues resistió la casa el ventarrón. Si no la puedo hacer volar soplando, la volaré con pólvora... y andando, -dijo la bestia, y el lechón sagaz que aquello oyó, chilló: ¡Serás capaz! y, lleno de zozobra y de congoja, un número marcó: ¿Familia Roja? . ¡Aló! ¿Quién llama? -le contestó ella. ¡Guarrete! ¿Cómo estás? Yo aquí, tan bella como acostumbro, ¿y tú? Caperu, escucha. Ven aquí en cuanto salgas de la ducha. ¿Qué pasa? -preguntó Caperucita. Que el Lobo quiere darme dinamita, y como tú de Lobos sabes mucho, quizá puedas dejarle sin cartuchos. ¡Querido marranín, porquete guapo! Estaba proyectando irme de trapos, así que, aunque me da cierta pereza, iré en cuanto me seque LA CABEZA.
Poco después Caperu atravesaba el Bosque de este cuento. El Lobo estaba brillando cual puñales relucientes en medio del camino, con los dientes y los ojos como brasas encendidas, todo él lleno de impulsos homicidas. Pero Caperucita, ahora de pie, volvió a sacarse el arma del jersey y alcanzó al Lobo en punto tan vital que la lesión le resultó fatal. El cerdo, que observaba ojo avizor, gritó: ¡Caperucita es la mejor! ¡Ay, puerco ingenuo! Tu pecado fue fiarte de la chica del jersey. Porque Caperu luce últimamente no sólo dos pellizas imponentes de Lobo, sino un maletín de mano hecho con la mejor... ¡PIEL DE MARRANO!
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